Studies in the Scriptures

Tabernacle Shadows

 The PhotoDrama of Creation


Capítulo 4

El Gran "Dia De La Expiación"

 

– La Orden del Tipo y Sus Significados Antitípicos – El Becerro – El Sacerdote – La Entrada del Santo con la Sangre – El Incienso, El Olor Grato y El Olor Malo – La Entrada del Santísimo – El Macho Cabrío Para Jehová – El Macho Cabrío Para Azazel – La Bendición del Pueblo.

El Día de la Expiación como un tipo se debe considerar separadamente pero a la vez como una parte y relacionado con los otros tipos del Tabernáculo.  Realmente, estos tipos son cada uno ilustraciones separadas, por decirlo así;  cada uno tiene su propio objetivo y enseña sus propias lecciones, y no obstante están en concordancia – partes de una galería, y armoniosas como la obra de un gran Artista.  En todos ellos tenemos que mirar primero a la Cabeza y en seguida a su Cuerpo, los subsacerdotes, la Iglesia.

Para entender el significado del Día de la Expiación y su obra, debemos comprender que aunque nuestro Señor Jesús en persona es el Sacerdote Supremo para el subsacerdocio, la Iglesia Evangélica, “su Cuerpo”, sin embargo en el más íntegro y completo sentido él es la Cabeza y nosotros somos los miembros del Cuerpo del Sumo Sacerdote del mundo.  Ciertamente Aarón era el jefe sobre su subsacerdocio, aunque en su general y propio sentido, y representando a los subsacerdotes, él fue ordenado para ministrar como el Sumo Sacerdote “de todo el pueblo” de Israel – los representantes típicos de toda la humanidad, deseosa de tener la expiación hecha por sus pecados y de regresar al favor divino y a la obediencia.

La consagración del sacerdocio antitípico incluye a todos los miembros del Cuerpo, y requiere nada menos que toda la Edad Evangélica para completarlo, así también con la ofrenda por el pecado, o el sacerdocio de la expiación;  esto empezó con la Cabeza, y nosotros, los miembros de su Cuerpo, cumplimos lo que falta de las aflicciones de Cristo.  Y estos sufrimientos requieren nada menos que toda la Edad Evangélica para completarlos. – 1 Ped. 4:13; Rom. 8:17; 2 Cor. 1:7; 4:10; Fil. 3:10; Col. 1:24; 2 Tim. 2:12; 1 Ped. 5:1, 10.

El “Día de la Expiación”, que en el tipo era sólo un día de veinticuatro horas, en el antitipo vemos que esto abarca toda la Edad Evangélica.  Y con su conclusión los sacrificios cesan, comienzan la gloria y la bendición, y el gran Sumo Sacerdote del mundo (Jesús y su Novia, hechos uno, la Cabeza y los miembros completos) se mostrará coronado como un Rey y Sacerdote según la orden de Melquisedec, un Rey de Paz – un Sacerdote sobre su trono. – Heb. 5:10.

Allí él estará de pie delante del mundo (manifiesto, reconocido, pero desapercibido por la visión natural), no solamente como Rey y Sacerdote, sino también como el gran Profeta – “El Señor vuestro Dios os levantará profeta de entre vuestros hermanos, como a mí [Moisés]; . . . y toda alma que no oiga a aquel profeta, será desarraigada del pueblo.”  Cuando, durante el reino milenario de Cristo en la Tierra, bajo el gobierno y las enseñanzas de este gran Profeta, Sacerdote y Rey, se traerá el género humano al conocimiento y la habilidad perfectos, se requerirá la obediencia perfecta, y serán cortados de la vida sin otra esperanza todos aquellos que no la rindan – la segunda muerte. – Hechos 3:22, 23.

  Al fin de la Edad Judaica Jesús se ofreció a sí mismo individualmente a Israel como profeta, sacerdote y rey, típico o ilustrativo de la ofrenda de todo el Cuerpo, el Cristo completo y glorificado, para el mundo entero.  Como profeta él los enseñó; como sacerdote “se ofreció a sí mismo” (Heb. 7:27); y como Rey entró en la ciudad de ellos al fin de su ministerio montado sobre un asna.  Pero ellos no lo recibieron en ninguno de estos oficios.

Durante la Edad Evangélica su Iglesia o Cuerpo lo ha reconocido como un “maestro, venido de Dios” – o gran Profeta; como el “Sumo Sacerdote de nuestra profesión”; y como por derecho el Rey legítimo.  La Palabra de Dios enseña, sin embargo, que él será aceptado no solamente por la Iglesia, sino que también él (junto con su Cuerpo, la Iglesia) será el Profeta de todo el pueblo, el Sacerdote de todo el pueblo, y el Rey sobre todos pueblos, naciones y lenguas; el “Señor de todos”, Sacerdote de todos, y Profeta o maestro de todos.

En la consagración del sacerdote típico vimos a Aarón y a sus hijos representando a nuestro Señor Jesús y a su Cuerpo como “nuevas criaturas”, y un becerro representando su humanidad; pero en el tipo que se considerará ahora encontramos a Aarón solo representando al Único Ungido entero (Cabeza y Cuerpo), y dos diferentes sacrificios, un becerro y un macho cabrío; aquí se usan para representar la separación, pero a la vez la similitud en el sufrimiento, del Cuerpo y de su Cabeza, como “sacrificio por los pecados”.

El Primer Sacrificio Del Día De La Expiación
El Becerro

El becerro representaba a Jesús a la edad de treinta años – el hombre perfecto, el cual se dio a sí mismo y murió a favor de nosotros.  El Sumo Sacerdote, como ya hemos visto, representaba la “nueva” naturaleza de Jesús, la Cabeza ungida y todos los miembros de su Cuerpo previstos por Dios.  La distinción que se hace aquí entre la “humana” y la “nueva criatura” se debe entender y recordar claramente.* “Cristo Jesús, hombre, el cual se dio a sí mismo” a la edad de treinta años, era aquel que previamente era rico (de una naturaleza alta), pero a favor de nosotros se hizo pobre; es decir, se hizo un hombre, para que pudiese dar el único rescate posible por el pueblo – la vida de un hombre perfecto. – 1 Cor. 15:21.

[1] Véase Estudios de las Escrituras, Vol. I, Estudio X, y Vol. II, p. 126.

Puesto que la penalidad del pecado del hombre era la muerte, fue necesario que nuestro Redentor se hiciera un hombre, “se hizo carne”, de otro modo no podría redimir al género humano.  Un hombre había pecado, y la pena era la muerte; y si nuestro Señor quería pagar la pena era esencial que él debiera ser de la misma naturaleza (pero inmaculado, separado del pecado y de la raza de los pecadores), y murió como sustituto de Adán, si no, el género humano nunca podía ser libertado de la muerte.  Para hacer esto el hombre Jesús sacrificó “todo lo que tenía” – la gloria como un hombre perfecto, la honra que como un hombre perfecto podía reivindicarla, y finalmente, la vida como un hombre perfecto.  Y esto era todo lo que tenía, (excepto la promesa de Dios de una nueva naturaleza, y la esperanza que esa promesa engendró); pues él había cambiado su ser espiritual o existencia para lo humano, del cual él hizo un “sacrificio por el pecado”, y que era tipificado por el becerro en el Día de la Expiación. – Juan 1:14; Is. 53:10.

Pero puesto que “Cristo Jesús, hombre” se dio a sí mismo como nuestro precio de rescate, se infiere que él no podía ser restaurado a aquella humanidad que él dio.  Si él retirara el precio del rescate, nosotros, los redimidos, nuevamente recaeríamos bajo la condenación de la muerte.  Pero, gracias a Dios, su sacrificio permanece para siempre, para que pudiéramos estar libertados para siempre de la culpa adámica y de su penalidad, la muerte.  Si, entonces, el Padre deseara conferir a Jesús alguna honra, gloria, o vida como un galardón por su obediencia aun hasta la muerte, tendría que ser la gloria, honra, y vida en algún otro plano de existencia que lo humano.

Tal era el designio de Jehová para Jesús, a saber, que lo exaltó soberanamente encima del plano humano, y encima de su puesto prehumano; sobre todos los ángeles, principados, y potestades, a Su propia mano derecha (un puesto de gracia superior, después de Jehová) y lo hizo un participante de la inmortalidad – la naturaleza divina.  Por estos y otros gozos que le estaban propuestos, Jesús “sufrió la cruz, menospreciando el oprobio” y “se sentó a la diestra de la Majestad en las Alturas”. – Heb. 12:2; Fil. 2:9; Heb. 1:3, 4.

La nueva naturaleza que nuestro Señor recibió en lugar de la naturaleza humana, y como una recompensa por su sacrificio, está tipificada aquí por el Sacerdote.  Aunque es verdad que el sacrificio de lo humano no fue concluido antes de la cruz, y que la recompensa, la naturaleza divina, no fue recibida completamente antes de la resurrección tres días más tarde, no obstante, en la evaluación de Dios – y como demostrado en este tipo – la muerte de Jesús (el becerro) se consideraba como completa cuando Jesús se presentó a sí mismo como un sacrificio vivo, simbolizando su muerte en el bautismo.  Allí él se consideró a sí mismo muerto – muerto para todos los propósitos humanos, para las esperanzas de la gloria humana, honra o vida – en el mismo sentido que nosotros, sus seguidores, somos exhortados para considerarnos muertos para el mundo, pero vivos para Dios como nuevas criaturas. – Rom. 6:11.

Esta aceptación del sacrificio de Jesús por Jehová, en el tiempo de su consagración, considerándolo como si fuera ya concluido, y él realmente muerto, fue indicada por la unción con el Espíritu Santo – “el empeño” o garantía de lo que él recibiría cuando la muerte verdaderamente le hubiese acontecido.

Considerándolo de esta manera, vemos que la muerte del becerro tipificó la ofrenda por Jesús de sí mismo, cuando él se consagró a sí mismo.  Esto está en armonía con la declaración del Apóstol con respecto a la consagración de Jesús o el ofrecimiento de sí mismo.  Él cita el Profeta, diciendo: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, como en el rollo del libro está escrito de mí.” – para morir y redimir muchos.  Allí, dice el escritor inspirado: “quita lo primero [es decir, pone a lado los sacrificios típicos], para establecer [o cumplir] esto último [el antitipo, el sacrificio verdadero por los sacrificios]”. – Heb. 10:7, 9, 14. 

Sí, allí la matanza de la ofrenda por el pecado, tipificada por el becerro, aconteció; y los tres años y medio del ministerio de Jesús demuestran que toda la voluntad humana estaba muerta, y el cuerpo humano también se consideraba muerto, desde el momento de la consagración.

El Jesús ungido, llenado con el Espíritu Santo en el momento de su bautismo, era la divinanueva criatura” (aunque no perfeccionada como divina hasta la resurrección): y ese parentesco él siempre reivindicaba, diciendo: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta [como un hombre], sino que el Padre que mora en mí [por su espíritu], él hace las obras.”  “La palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió”. (Juan 14:10, 24)  “No se haga mi voluntad [como un hombre], sino la tuya [el Padre celestial] en este y a este “vaso de barro” consagrado para morir. – Luc. 22:42

El becerro fue degollado en el “Atrio”, el cual, como hemos visto, tipificaba la condición de fe en Dios y en armonía con Él, el logro más alto de la carne, la naturaleza humana.  Jesús estaba en esta condición, un hombre perfecto, cuando se ofreció a sí mismo (el becerro en el tipo) a Dios.

Dejamos guardado en la memoria estas distinciones mientras examinamos cuidadosamente la obra del típico Día de la Expiación, para que podamos entender más claramente las realidades antitípicas.  Aarón se lavaba, para representar adecuadamente la pureza, la inocencia, de la “nueva criatura” – la Cabeza y los miembros de su Cuerpo.  (“Todo aquel que es engendrado de Dios, no practica el pecado, porque la simiente de Dios permanece en él; y no puede pecar, porque es engendrado de Dios.” – 1 Juan 3:9, Diaglott)  La nueva criatura no puede pecar, y su deber es para mantener una vigía constante sobre la vieja naturaleza, considerada muerta, a fin de que no venga a vivir nuevamente.  Desde que la vieja naturaleza desea dividir el control con la nueva, implica que no está muerta, y que la nueva no ha vencido.  Pues el triunfo de la vieja naturaleza significaría la muerte de la “nueva criatura” – “la segunda muerte”. 

Aarón se vestía para el servicio del “Día de la Expiación”, no con sus “vestiduras … para honra y hermosura” usuales, sino con las vestiduras de sacrificio, la “vestidura de lino”, emblemas de pureza – las obras justas de los santos.  La túnica de lino era un empeño del glorioso manto, que llevaba en seguida; el “cinturón de lino” lo representaba como un siervo, aunque no tan poderoso como en el fin del “Día de la Expiación”, cuando se cintaría con el “cinto de la obra primorosa” del efod; la mitra de lino, siendo la misma que pertenecía a las vestiduras gloriosas, proclamando la justicia perfecta de nuestra Cabeza tanto durante el sacrificio, como después de él.  Entonces el antitípico Sumo Sacerdote, con la mente divina, engendrado por el espíritu, aunque aún no nacido del Espíritu, estaba listo y capaz de realizar el sacrificio de la expiación en el primer advenimiento, y procedió a hacerlo, como tipificado en Aarón.

“Con esto entrará Aarón en el santuario: con un becerro para expiación, y un carnero para holocausto . . . Y hará traer Aarón el becerro de la expiación que es suyo [representándolo], y hará la reconciliación por sí [los miembros de su cuerpo – los subsacerdotes] y por su casa [todos los creyentes, la entera “familia de la fe” – los levitas] . . . Y degollará en expiación el becerro que es suyo.  Después tomará un incensario lleno de brasas de fuego del altar de delante de Jehová, y sus puños llenos del perfume aromático molido, y lo llevará detrás del velo [el primer velo o la “puerta”].  Y pondrá el perfume sobre el fuego delante de Jehová [el incensario lleno de brasas de fuego estaba puesto por encima del altar de oro en el “Santo”, y el incienso desintegrándose sobre él gradualmente producía un humo de perfume aromático], y la nube del perfume [penetrando más allá del segundo velo] cubrirá el propiciatorio que está sobre [cubriendo] el testimonio [la Ley], para que no muera [por violar estas condiciones, sobre las cuales únicamente podía acercarse a la presencia divina aceptablemente].” – Lev. 16:3, 6, 11-13.

Mirando a través del tipo hacia el antitipo, nos permite ahora, paso por paso, comparar los hechos de Jesús con esta ilustración profética de su obra.  Cuando Cristo Jesús, el hombre, había consagrado a sí mismo, inmediatamente él, como la nueva criatura, engendrado por el Espíritu Santo, tomó la sacrificada vida humana (la sangre del becerro) para presentarla ante Dios como el precio del rescate “por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros, sino también por los de todo el mundo”.  Engendrado por el Espíritu, ya no se encontraba en la condición del “Atrio”, sino en el primer compartimiento el “Santo”, donde debía permanecer y ofrecer su incienso por la prueba de fuego – él tenía que demostrar su lealtad a Dios y justicia por las cosas sufridas como un Hijo engendrado, antes de entrar en el “Santísimo”, la perfecta condición espiritual.” – Heb. 5:8.

El Sumo Sacerdote tomó con él (junto con la sangre) fuego del altar, y dos puños de incienso aromático para causar el perfume; e igualmente nuestro Señor Jesús, cumpliendo su voto de consagración, durante los tres años y medio de su ministerio, fue un aceptable y agradable perfume para el Padre, atestiguando inmediatamente la integridad de la consagración y la perfección del sacrificio.  El incienso aromático bien molido, representa la perfección del hombre Jesús.  El fuego del “Altar de Bronce” representa las pruebas a las cuales estaba sujeto; y el cargamento de este fuego por el Sacerdote significa que nuestro Señor tenía que, por su propio curso de fidelidad, traer persecuciones sobre él mismo.  Y cuando las perfecciones de su ser (el incienso) entran en contacto con las pruebas de la vida (el fuego), él rindió perfecta sumisión a la voluntad divina – un perfume aromático.  De esta manera se demuestra que en todo fue tentado, pero sin pecado.  Como todo el incienso tenía que ser consumido por el fuego, así él entregó todo el suyo en obediencia.  Esto era los “dos puños” del Sacerdote que él ofrecía, de este modo representando la capacidad y la habilidad total de la justicia de nuestro Señor – requerida y sujetada.

Pero mientras Jesús, como una “nueva criatura”, estaba por lo tanto dentro del “Santo”, disfrutando de la luz del candelero de oro, alimentándose con el pan de la verdad, y ofreciendo incienso aceptable a Jehová, miremos al “Atrio”, y aun más allá, más allá del “Campamento”, y ver otra obra progresando simultáneamente.  La última vez vimos al becerro muerto, en el “Atrio”, representando al hombre, Jesús, consagrado a los treinta años de edad, en su bautismo.  Ahora la grosura de él ha sido colocada sobre el “Altar de Bronce”, y con él los riñones y varios órganos productores de vida.  Se queman furiosamente, pues el becerro tiene mucha grosura.  Una nube de humo, llamada un “olor grato para Jehová”, subiendo a la visión de todos aquellos que están en el “Atrio”, los levitas – la familia de la fe, los creyentes.

Esto muestra claramente cómo el sacrificio de Jesús apareció a las personas creyentes.  Ellos vieron la devoción, el acto de abnegación, el celo amoroso (la grosura) ascendiendo a Dios como un sacrificio agradable y aceptable, durante los tres años y medio del ministerio de nuestro Señor.  Ellos bien saben que con él el Padre estaba siempre bien contento.  Ellos saben de lo que vieron en el “Atrio” (en la carne) que él era aceptable, aunque no podían ver el sacrificio en su grandeza total y perfección como aparecía a la vista de Jehová (en el “Santo”), un incienso aromático en el “Altar de oro”.

Y mientras estos dos fuegos están quemando (en el “Atrio” la grosura, y en el “Santo” el “incienso”, y el aroma de ellos ascendiendo al mismo tiempo) existe otro fuego “fuera del campamento”.  Allá el cuerpo de la carne está siendo destruido. (Versículo 27)  Esto representa la obra de Jesús como se ve por el mundo.  Para el mundo parece imprudente que Jesús debía perder su vida en sacrificio.  Ellos no ven la necesidad de esto como precio de rescate del hombre, ni el espíritu de obediencia que lo indujo, como el Padre los vio.  Ellos no ven las perfecciones de amor de nuestro Señor y la abnegación de él como los ven los creyentes (en la condición del “Atrio”).  No, ni las acogieron en sus días ni desde entonces vieron en él su ideal de héroe o líder;  vieron principalmente sólo esos elementos de su carácter que menospreciaron como fútiles o sin valor, no estando en condición de amarlo y admirarlo.  Para ellos su sacrificio fue y es ofensivo, despreciado: Era despreciado y rechazado de los hombres; y por decirlo así se pusieron rojos y escondieron sus rostros de él, como, en el tipo volvieron la espalda con repugnancia los israelitas asqueados del olor malo de la carcasa quemada.

Vemos entonces, como la vida de Jesús por tres años y medio satisfizo todas estas tres ilustraciones: El sacrificio de su humanidad perfecta era, a la vista del mundo, absurdo y detestable; a la vista de los creyentes, como un sacrificio agradable a Dios; a la vista de Jehová, “un incienso aromático”.  Todos terminaron finalmente a la vez – en la cruz.  El becerro fue enteramente dispuesto, la grosura completamente consumida, y el incienso todo ofrecido, cuando Jesús gritó: “¡Consumado es!” y murió.  De este modo Cristo Jesús, el hombre, se dio a sí mismo en rescate por todos.

El incienso en el “Altar de Oro” habiéndole precedido y sido satisfactorio, el Sumo Sacerdote pasó por debajo del segundo “Velo” al “Santísimo”.  Igualmente con Jesús: habiendo ofrecido por tres años y medio incienso aceptable en el “Santo”, es decir, la condición sagrada y engendrada del espíritu, él pasó más allá del “Segundo Velo”, la muerte.  Por tres días él estaba bajo el “Velo” en la muerte; después se levantó en la perfección de la naturaleza divina más allá de la carne, más allá del Velo, “la imagen misma de su sustancia [del padre]”.  Él “siendo a la verdad muerto en la carne, pero vivificado [hecho vivo] en espíritu”, “se siembra cuerpo animal [humano], resucitará cuerpo espiritual.”  De esta manera nuestro Señor llegó a la condición del “Santísimo”, la perfección del ser espiritual, en su resurrección. – 1 Ped. 3:18; 1 Cor. 15:44.

Su próxima obra era la presentación de la sangre de la expiación a Dios, (versículo 14) – como el precio de nuestra redención, “fuisteis rescatados . . . con la sangre preciosa [vida sacrificada] de Cristo.” (1 Ped. 1:18, 19)  El Sacerdote, en la presencia de Jehová, representado por la luz sobrenatural (llamada Shekinah) entre los Querubines en el “Propiciatorio”, rociando o presentando la sangre a Jehová – rociándola sobre y delante del Propiciatorio.  Así Cristo, después de cuarenta días, entró en el cielo mismo, “para presentarse ahora por nosotros ante Dios”; y se presentó como nuestro representante, y como el precio de nuestra redención, el valor y el mérito del sacrificio realmente consumido en el Calvario. – Heb. 9:24.

El Segundo Sacrificio Del Día De La Expiación
El Macho Cabrío Para Jehová

Ahora dejamos el Sumo Sacerdote delante del “Propiciatorio” mientras salimos para el “Atrio” a fin de presenciar otra obra.  Citamos:

“Y de la congregación de los hijos de Israel tomará (Aarón) dos machos cabríos para expiación . . . Después tomará los dos machos cabríos y los presentará delante de Jehová, a la puerta del tabernáculo de reunión.  Y echará suertes Aarón sobre los dos machos cabríos; una suerte por Jehová, y otra suerte por Azazel.  Y hará traer Aarón el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Jehová, y lo ofrecerá en expiación.  Mas el macho cabrío sobre el cual cayere la suerte por Azazel, lo presentará vivo delante de Jehová para hacer la reconciliación sobre él, para enviarlo a Azazel al desierto”. – Lev. 16:5-10.

Estos dos machos cabríos, tomados del Israel y traídos al “Atrio”, tipifican o representan a todos los que, viniendo del mundo, y aceptando el rescate de Jesús, consagran sus vidas por completo aun hasta la muerte, al servicio de Dios, durante esta Edad Evangélica.  Tomados primero del “Campamento” o de la condición del mundo, y pecadores “lo mismo que los demás”, ellos fueron traídos al “Atrio”, a la fe o a la condición justificada.  Allí se presentan ante el Señor (representados por los machos cabríos en la puerta del Tabernáculo), deseosos de hacerse muertos con su Redentor, Cristo Jesús, como seres humanos; y entrar en lo celestial o condiciones espirituales como hizo él; primero, el engendramiento del Espíritu, la condición de la mente espiritual, y segundo, el nacimiento del espíritu, la condición del cuerpo espiritual – representados en el “Santo” y en el “Santísimo” respectivamente.

Pero nuestro Maestro declaró que ni todos los que dicen: ¡Señor, Señor! Entrarán en el Reino; igualmente, también esta figura demuestra que algunos que dicen: “Señor, aquí consagro mi todo” prometen más de lo que están dispuestos a ejecutar.  No saben lo que prometen, o cuál es el costo de la abnegación, para tomar cada día su cruz y seguir las pisadas del hombre Jesús [el becerro] – “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento [para la negligencia total y la destrucción de las esperanzas humanas, etc.], llevando su vituperio”. – Heb. 13:13.

En este tipo de los dos machos cabríos, ambas clases de los que concluyeron un pacto para hacerse muertos con Cristo son representadas: los que realmente siguen sus pisadas, como él nos ha dado un ejemplo, y “los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”. (Heb. 2:15)  La primera clase es el “macho cabrío para Jehová”, y la segunda es el macho cabrío para “Azazel” [el chivo expiatorio].  Ambas clases de machos cabríos, como veremos, tendrán una parte en la obra expiatoria – en traer el mundo a la armonía completa con Dios y su Ley, cuando este “Día de la Expiación”, la Edad Evangélica, se terminará.  Pero solamente la primera clase, “el macho cabrío para Jehová”, aquellos que siguen al Líder, son una parte de la “ofrenda por el pecado”, y finalmente miembros de su cuerpo glorificado.

El echamiento de suertes para ver cuál macho cabrío sería el “macho cabrío para Jehová” y cuál para “Azazel” [el chivo expiatorio], indicó que Dios no había escogido cual de los que se presentan obtendrá el premio.  Esto demuestra que Dios no determina arbitrariamente cuál de los consagrados debe hacerse participante de la naturaleza divina, y coheredero con Cristo nuestro Señor, y cuál no debe.  Aquellos que perseveran, con él también reinarán: Aquellos que evitan o se esquivan de la prueba de fuego, al lado de un curso comprometido, también, no alcanzan la coherencia en la gloria. – Rom. 8:17.

Cada creyente, cada justificado (levita) en el “Atrio”, que se presenta durante el Día de la Expiación, la Edad Evangélica, es aceptable como un sacrificio – ahora es el tiempo aceptable.  Y quien mantiene su pacto y cumple el sacrificio es típicamente representado en el “macho cabrío para Jehová”.  Aquellos que no se entregan de buena voluntad en sacrificio, “amando al mundo presente”, son representados en el “macho cabrío para Azazel” [el chivo expiatorio].

Al retornar al Sumo Sacerdote: Después de haber rociado el “Propiciatorio” (o lugar donde se hacía la satisfacción) con la sangre del becerro siete veces (perfectamente), “degollará el macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo, y llevará la sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio.” (Versículos 14, 15)  En una palabra, todo lo que se hacía con el becerro se repetía con el “macho cabrío para Jehová”.  Él fue matado por el mismo Sumo Sacerdote; su sangre era esparcida realmente por el mismo; su grosura, etc., también fueron quemados sobre el altar en el “Atrio”.  (Es digno de notar que mientras que el becerro es siempre muy gordo, el macho cabrío es un animal muy flaco.  Igualmente nuestro Señor Jesús, como representado por el becerro tenía una gran abundancia de grosura, de celo, y amor por su sacrificio, mientras que sus seguidores, representados por el macho cabrío, son flacos en comparación).  El cuerpo del “macho cabrío para Jehová” fue quemado de la misma manera como el del becerro – fuera del “Campamento”.

El apóstol Pablo explica que solamente esos animales que eran como ofrenda por el pecado fueron quemados fuera del campamento.  Y en seguida añade: “Salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio”. (Heb. 13:11-13)  De esta manera se proveyó evidencia incuestionable no solamente de que los seguidores de Jesús son representados por este “macho cabrío para Jehová”, sino también de que su sacrificio, considerado con su Cabeza, Jesús, constituye parte de la ofrenda por el pecado del mundo.  Pues, “los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí”. – Sal. 69:9

Así con el becerro, igualmente con el macho cabrío en la ofrenda por el pecado: la quema “fuera del campamento” representa el desprecio en que la ofrenda será vista por aquellos fuera del campamento – no en un parentesco de pacto con Dios – los infieles.  1) Los que admiten como legal o verdadero el sacrificio del Cuerpo de Cristo desde el punto de vista divino, un incienso agradable para Dios, penetrando hasta el propiciatorio, son, sin embargo, pocos – solamente los que se encuentran en el “Santo” – sentados “en las regiones celestes en Cristo Jesús”.  2) Aquellos que reconocen los sacrificios de los santos, representados por la grosura del “macho cabrío para Jehová” de la ofrenda por el pecado sobre el Altar de Bronce, y que consideran sus abnegaciones como agradables a Dios, son más numerosos – todos los que ocupan el “Atrio”, la condición de la justificación – “la familia de la fe”.  3) Los de afuera del campamento, que ven estos sacrificios y sus abnegaciones sólo como el consumo de “la escoria del mundo, el desecho de todos” son una clase alejada de Dios – sus “enemigos” por las “obras malas”.  Esos son aquellos de los que nuestro Señor pronosticó: “Por mi causa . . . digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo”.

¿Qué lecciones hacen inculcar estas cosas? – Que siempre y cuando nosotros mismos somos verdaderos sacrificantes en el “Santo”, o verdaderos miembros de la “familia de la fe” en el “Atrio”, no seremos difamadores de los que son verdaderos sacrificantes de este tiempo presente.  Ni tampoco seremos cegados por la malicia, odio, envidia o contienda – de tal grado que seremos incapaces de ver los sacrificios que Dios acepta.  O ¿qué diremos entonces de aquellos “hermanos” anteriores, participantes de los mismos sacrificios y ofrendas en el mismo “Altar de Oro”, y compañeros de la orden del sacerdocio real, que se hacen tan cambiados, tan poseídos de un espíritu opuesto, que continuamente pueden hablar mal de sus compañeros sacerdotes?  Ciertamente “temamos” por los (Heb. 4:1) que han dejado el “Santo”, y el “Atrio”, e ido para afuera de todo parentesco con Dios – entrando en las “tinieblas de afuera”.  Debemos hacer todo en nuestro poder para recuperarlos (Santiago 5:20), pero bajo ninguna consideración debemos dejar el “Santo” para dar mal por mal, injuria por injuria.  No, todos aquellos que desean ser sacerdotes fieles deben seguir en las pisadas del gran Sumo Sacerdote y amar a sus enemigos y hacer bien a los que les persiguen.  Deben imitar a “quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente”. – 1 Ped. 2:23.

El macho cabrío para Jehová representaba a todos los seguidores fieles del “rebaño pequeño” del Señor.  Ellos son todos iguales; todos andan por el mismo “camino angosto”; por lo tanto lo que es verdad de la compañía como un todo es verdad de cada uno de ellos.  Por esta razón el “macho cabrío para Jehová” tipificó a cada uno y su sacrificio, excepto que el todo debe completarse y el sacrificio de todos terminarse antes que la “sangre” del macho cabrío (representativa del entero Cuerpo de Cristo) se presentará en el “Propiciatorio”.

La sangre esparcida sobre y delante del “Propiciatorio” fue en el diseño de una cruz, con la parte superior o cabeza de la cruz sobre el “Propiciatorio”.  Esto se demuestra por la descripción: “Tomará luego de la sangre del becerro, y la rociará con su dedo hacia el propiciatorio al lado oriental [cerca del Velo]; hacia [a través, en frente de] el propiciatorio”.  Así se completaban las ofrendas por los pecados de Israel – el becerro por los subsacerdotes, el “cuerpo” del Sumo Sacerdote y por los levitas, “la familia de la fe” de la edad presente; el macho cabrío “para el pueblo”, Israel – un tipo de todo el mundo que, bajo el conocimiento y las oportunidades del futuro, se harán el pueblo de Dios.

Por lo tanto vemos claramente que esta entera Edad Evangélica es una era de sufrimiento y muerte, para aquellos que sacrifican la naturaleza humana terrestre, para hacerse participantes de la espiritual, de la celestial.  Exactamente tan pronto como el sacrificio de Jesús en nombre de su “Cuerpo” y “familia” fue completado y presentado ante el Padre después de su ascensión, la evidencia de la aceptación por el Padre de su sacrificio fue enviado – el bautismo de Pentecostés sobre los representantes de su Iglesia, su Cuerpo y su familia.  Allí su unción, el Espíritu Santo (simbolizado por el aceite sagrado de la unción), descendió sobre la Iglesia, y permanece desde entonces sobre todos los miembros vivos del Cuerpo del Sumo Sacerdote, y no necesita repetición: para cada uno sumergido en Cristo, como un miembro de su Cuerpo, y por medio de eso sumergido en el Espíritu Santo, el espíritu que anima a cada miembro de ese Cuerpo.

Esta concesión del Espíritu Santo de Dios fue señal de la aceptación de esos creyentes en Jesús ya consagrados y permaneciendo como guiados por el Maestro, esperando la aceptación del Padre de sus sacrificios (aceptables en el Amado), y por su engendramiento como hijos por el espíritu de la adopción.  Esta llegada del Espíritu Santo, el poder del Señor en el Pentecostés, fue demostrado en el tipo (versículo 15) por el Sumo Sacerdote llegando a la puerta del Tabernáculo y poniendo sus manos sobre el “macho cabrío para Jehová” y degollándolo.  Justamente como el espíritu del Padre capacitó a Jesús para concluir todo lo que fue representado por la degollación del becerro, así el mismo espíritu, el espíritu, poder o influencia de Dios, el espíritu o influencia de la Verdad, por medio de Cristo, sobre la clase del “macho cabrío para Jehová”, los capacita para crucificar a sí mismos como hombres – para degollar el macho cabrío, la voluntad depravada – en la esperanza de la prometida gloria, honra e inmortalidad de la naturaleza divina, como nuevas criaturas en Cristo.

Fue así, por ejemplo, que el apóstol Pablo, poseído del espíritu del Líder y Cabeza, podía considerar todas las cosas como pérdida y desperdicio, para que pudiese ganar a [hacerse un miembro en] Cristo y encontrarse en él.  Inspirado por esta esperanza y espíritu él pudo decir: “Vivo [como la nueva criatura], no más [la vieja criatura, representada en el macho cabrío consagrado]”.  Ella estaba siendo consumida con el oprobio y desprecio del mundo – fuera del campamento.  Las afecciones y los poderes terrestres de Pablo habían sido presentados a Dios como un sacrificio vivo.  Después de eso Cristo estaba viviendo en él, la esperanza de la gloria – la mente de Cristo, crucificando y reprimiendo su depravada y justificada naturaleza humana y su voluntad.

Aunque presente en el mundo, no era de él, y de esta manera hasta cierto punto él pudo decir verdaderamente: “Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios”. (Gal. 2:20)  Sí, por fe él se había hecho consideradamente una “nueva criatura”, a la cual pertenecen las preciosas y grandísimas promesas de la naturaleza divina, si permaneciera fiel. (2 Ped. 1:4)  Él estaba viviendo en la condición del “santo”, alimentándose con los “panes de la proposición”, e iluminado continuamente por la luz del “Candelero de Oro”.  Así suplido con conocimiento y fuerza, era capaz de ofrecer “incienso” aceptable a Dios por Jesucristo; es decir, el sacrificio del apóstol Pablo, por causa del mérito de Jesús imputado a este sacrificio, fue aceptable a Dios.  De este modo él mantenía siempre la naturaleza del macho cabrío sacrificado; no solamente mantuvo muerta la voluntad carnal, sino también tanto cuanto posible subyugó el cuerpo carnal – lo sometió a la nueva voluntad.  Igualmente también la misma cosa se ha hecho por otros miembros de esta compañía del “macho cabrío para Jehová”, aunque otros no han sido largamente conocidos.  El Sacrificio de Pablo envió hacia arriba un perfume muy rico; su sacrificio fue uno de un olor muy grato a Dios, pero lo nuestro fue aceptable a Dios, no por causa de su propio valor, sino por causa de ser ofrecido sobre el “Altar de Oro” y compartido con el mérito de Cristo, el Redentor.

Como el macho cabrío cumplió lo que faltaba de la ofrenda por el pecado, completando el sacrificio comenzado por el becerro, así hace el “rebaño pequeño”, siguiendo tras Jesús, cumpliendo “lo que falta de las aflicciones de Cristo”. (Col. 1:24)  No para que nuestros sacrificios tuvieran un valor inherente, como fue el de nuestro Señor, pues solamente él era perfecto y apropiado para el rescate, una ofrenda por el pecado: la aceptabilidad de nuestras ofrendas es mediante su mérito imputado a nosotros, primero justificándonos: y en seguida, por medio de la gracia que nos permite sacrificar nuestros propios intereses justificados con el perfecto sacrificio de nuestro Señor, a nosotros, como miembros de su Cuerpo, está otorgado una parte de los sufrimientos de Cristo, para que pudiéramos eventualmente compartir de su gloria también – participando en su futura obra de bendecir a toda la humanidad con los privilegios y oportunidades de la restauración.

La hora debe venir algún día cuando el sacrificio de los últimos miembros de este “macho cabrío para Jehová” será consumido y la ofrenda por el pecado terminada para siempre.  Que nosotros estamos ahora en el fin del “Día de la Expiación”, y que los últimos miembros de esta clase del “macho cabrío para Jehová” están sacrificandose ahora, creemos firmemente, sobre las evidencias dadas en otra parte.  Luego los últimos miembros de esta clase, el Cuerpo de Cristo, pasarán más allá del segundo “Velo” – más allá de la carne – para la perfección de la naturaleza espiritual, ya comenzada en la nueva mente o voluntad que ahora controla sus cuerpos mortales.  Y no sólo esto, sino también a unos tales fieles está prometida la más alta de las naturalezas espirituales – “la naturaleza divina”. – 2 Ped. 1:4

El Pasaje del segundo “Velo” significa para el Cuerpo lo que significó para la Cabeza: esto significa, en la presentación de la sangre del macho cabrío, lo que significó en la presentación de la sangre del becerro.  El cuerpo del Sacerdote pasando por el segundo “Velo”, llevando la sangre del macho cabrío, representaba el pasaje del Cuerpo de Cristo enteramente más allá de las condiciones humanas para la perfección de la naturaleza divina, cuando seremos semejantes a Jesucristo, que es ahora “la imagen misma [del Padre] de su sustancia”.  ¡O bendecida esperanza!  “Estaré satisfecho cuando despierte a tu semejanza”, esto fue hablado proféticamente de Jesús; y ¡cuán sublime la promesa que “seremos semejantes a él”! – Heb. 1:3; Rom. 8:29; Sal. 17:15; 1 Juan 3:2.

Si podemos ganar el galardón por el cual corremos, entonces –

“Perece toda afectuosa ambición,
Todos hemos buscado de la tierra o sabido,
Pero cuán rica es nuestra condición –
Prospectos celestiales ahora poseemos.”

El “Santísimo” alcanzado, la evidencia del sacrificio del Cuerpo “por el pueblo”, se representará, como tipificado por la sangre del macho cabrío esparcida en el “Propiciatorio”.  “Así purificará el santuario, a causa de las impurezas de los hijos de Israel, de sus rebeliones y de todos sus pecados; de la misma manera hará también al tabernáculo de reunión, el cual reside entre ellos en medio de sus impurezas”. – Lev. 16:16.

Cuando se presenta este sacrificio será aceptado “por el pueblo”, como fue aceptado aquel de nuestro glorioso Líder “por sí [su Cuerpo] y por su casa [la familia de la fe]”.  De este modo se concluirá la obra de la reconciliación.  El pecado y la condenación serán completamente cubiertos por todos, y la gran obra de dar al mundo los grandes resultados de esta expiación rápidamente seguirán – exactamente como la bendición de Pentecostés sobre el “Cuerpo” y su influencia reflexiva vino sobre la “familia de la fe”, acelerando después de la aceptación del sacrificio de Jesús – después que pasó más allá del “Velo” de la carne y presentó el sacrificio de nuestro rescate ante Dios.

La aspersión de todas las cosas con la sangre indica que la “sangre” es la satisfacción total, y también indicó que la obra con el “macho cabrío para Azazel” [el chivo expiatorio], que la siguió, no era parte de la ofrenda por el pecado, y no era necesaria para completar la “reconciliación”.  Por eso hemos de ver en esto algún otro objetivo y significado.

El Macho Cabrío Para Azazel O El Chivo Expiatorio

“Cuando hubiere acabado de expiar el santuario [el “Santísimo”] y el tabernáculo de reunión [el “Santo”] y el altar [en el “Atrio”], hará traer el macho cabrío vivo [el chivo expiatorio]; y pondrá Aarón sus dos manos sobre la cabeza del macho cabrío vivo, y confesará sobre él todas las iniquidades de los hijos de Israel [típico del mundo], todas sus rebeliones y todos sus pecados, poniéndolos así sobre la cabeza del macho cabrío, y lo enviará al desierto por mano de un hombre destinado [algún conveniente] para esto.  Y aquel macho cabrío llevará sobre sí todas las iniquidades de ellos a tierra inhabitada; y dejará ir el macho cabrío por el desierto.” – Versículos 20-22.

Como antes expresado, entendemos que este “macho cabrío para Azazel” que fue presentado para sacrificio con el otro, pero falló de sacrificarse, y de seguir el ejemplo del becerro, representa una clase del pueblo de Dios, los cuales han hecho el pacto para hacerse muertos para el mundo, para sacrificar su justificada naturaleza humana, sin embargo fallarán en llevar a cabo los sacrificios del pacto.  Este “macho cabrío” no representa a “los que retroceden para perdición”, ni a los que como la puerca lavada se revuelca en el cieno del pecado (Heb. 10:39; 2 Ped. 2:22), sino representa una clase que trata de evitar el pecado, a fin de vivir moralmente, y honrar al Señor; no obstante, busca también la honra y el favor del mundo y está retenido en la efectuación del sacrificio de los derechos terrestres en el servicio del Señor y su causa.

Esta clase del “macho cabrío para Azazel” ha existido durante toda la Edad Evangélica.  Este macho cabrío único y la obra hecha con él, al fin del “Día de la Expiación”, era representativo en un sentido general de cada individuo de esta multitud durante la era o la Edad Evangélica, aunque esto especialmente representa a los miembros de esta clase viviendo en el fin de la edad de sacrificio.  Examinemos primero el tratamiento de los miembros de esta multitud propuesto por Dios que vivirán cuando la obra de la ofrenda por el pecado está completa – los últimos miembros del “macho cabrío para Azazel”, la multitud – y en seguida veremos como el tipo se aplica también para los miembros precedentes de la misma clase.

Recordemos que estamos tratando con las cosas futuras, después de la “ofrenda por el pecado”.  El “macho cabrío para Jehová” no está aún totalmente consumido, por eso, el “rebaño pequeño”, representado por el cuerpo del Sacerdote, no ha pasado todavía más allá del segundo “Velo” hacia la condición de la perfección espiritual, y la obra especial con el “macho cabrío para Azazel” viviente no ocurrirá antes del complemento del cuerpo del Sumo Sacerdote.

Otras Escrituras (Apoc. 7:9, 13-17 y 1 Cor. 3:15) nos indican que allí estará “una gran multitud” que durante esta era o Edad Evangélica ha entrado en la carrera por el gran premio de ser coherederos con Jesús, y que fallará a correr de tal manera para alcanzarlo.  Estos, aunque “eliminados” en cuanto al premio (1 Cor. 9:27), son todavía objetos de amor del Señor; pues en el corazón son amigos de la justicia y no del pecado.  Por esta razón, por sus providencias a través de las circunstancias de la vida, el Señor los hará pasar por “gran tribulación”, de esta manera efectuando por ellos la “destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús”. (1 Cor. 5:5)  Ellos consagraron su vida humana justificada, y Dios aceptó esa consagración y los contó, de acuerdo con su pacto, muertos como seres humanos y viven de nuevo como nuevas criaturas espirituales.  Pero, por su fallo en la ejecución del contrato del acto de abnegación, ellos se cortan a sí mismos del “Sacerdocio Real” – de la participación como miembros del Cuerpo de Cristo.  “Todo pámpano [sarmiento] que en mí no lleva fruto, lo quitará”. – Juan 15:2.

Estos están en una condición lamentable: ellos han fallado en alcanzar el premio, por lo tanto no pueden tener la naturaleza divina; ni pueden tener la restauración a la perfección humana con el mundo; pues, en su consagración, todos los derechos y privilegios humanos fueron cambiados por los espirituales, y la oportunidad de correr la carrera por la naturaleza divina.  Sin embargo, aunque no son vencedores voluntarios, el Señor los ama, y librará a todos los que, con miedo de la muerte (miedo de desprecio – miedo del reproche soportado por el becerro y el macho cabrío fuera del “Campamento” – en el desierto, en la condición muerta o separada), estaban por toda la vida sujetos a servidumbre – esclavos del miedo del pueblo y de las opiniones y tradiciones de los hombres, que siempre arman una celada, y guardan silencio de la obediencia total a Dios, aun hasta la muerte. – Heb. 2:15.

Por medio del favor del Sumo Sacerdote, esta gran multitud pasa por “gran tribulación” y experimenta la destrucción de la carne.  Esto no hará de ellos “vencedores” voluntarios ni les dará membresía en el Cuerpo – la Novia de Cristo.  No les dará un lugar en el trono de Reyes y Sacerdotes, sino un puesto “delante del trono”, como perfectos seres espirituales, pero no de la alta orden de lo espiritual – la divina.  Aunque no poseerán la corona de la vida, la inmortalidad, no obstante si correctamente ejercitados por la tribulación alcanzarán una condición de “semejanza a los ángeles”.  Ellos servirán a Dios en su Templo; de ese modo no serán miembros de aquel Templo simbólico que es el Cristo. – Apoc. 7:14, 15.

Esta clase representada por el “macho cabrío para Azazel” será enviada para el Desierto, es decir, la condición de separación del mundo, forzados para allá por la mano de un “hombre designado” para eso – las circunstancias desfavorables – allá para ser golpeada por la adversidad hasta que aprendan la futilidad, la falsedad y la absoluta inutilidad de la aprobación del mundo, y hasta que todas las esperanzas humanas y ambiciones mueran, y estén preparados para decir, ¡no se haga mi voluntad, sino la tuya, o Dios!  El mundo está siempre listo para despreciar y humillar a los inocentes y afligidos, aunque sus engaños sonríen y sus honras vacías son sinceramente deseadas por ellos.  El cuerpo del “macho cabrío para Azazel” no fue quemado en el desierto: solamente las ofrendas por el pecado (el becerro y el “macho cabrío para Jehová”) fueron quemados. (Heb. 13:11)  La quema de las ofrendas por el pecado representa la sumisión continua y estable de esas clases para la ardiente prueba de sufrimientos – la fidelidad [sacrificios propensos] “hasta la muerte”.  Ambas clases sufren igualmente hasta la muerte de la voluntad humana y del cuerpo; sin embargo los de la primera clase mueren de buena voluntad: ellos son consumidos por el continuo sacrificio de la carne, como demostrado en el símbolo del fuego quemando continuamente hasta que nada más sobre.  Los de la segunda clase son simplemente enviados para el desierto y allá dejados para morir con renuencia.  Su amor de la aprobación del mundo perece con la negligencia del mundo, el desprecio y el reproche; y su nueva naturaleza espiritual entretanto madura para la vida.  Los que son de la clase del “macho cabrío para Jehová” abandonan la naturaleza humana por el espíritu y la ayuda del Señor, sacrificatoriamente, de buena voluntad, voluntariamente: la clase del “macho cabrío para Azazel” tiene su carne destruida bajo la providencia divina, para que el espíritu sea salvo.

Esto no solamente será notablemente cumplido pronto, con los últimos miembros de esta clase del “macho cabrío para Azazel”, sino también lo mismo ha sido realizado hasta cierto punto por toda la Edad Evangélica; pues siempre ha existido una clase grande que entregaba la misma voluntad para la muerte sólo por compulsión: y en vez de sacrificarse voluntariamente, sufría “destrucción de la carne”. (1 Cor. 5:5)  Las clases representadas por ambos machos cabríos han estado desarrollándose lado a lado durante toda la edad.

Cuando todos los miembros del “rebaño pequeño” habrán ido más allá del “Velo”, la providencia divina, la mano del Señor pondrá en libertad “a todos los que por el temor de la muerte [para el mundo] estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre”, por el derribamiento de muchas teorías, credos y tradiciones de los hombres, las grandes organizaciones de la iglesia nominal, en las cuales y aun por las cuales Su pueblo de la clase del “macho cabrío para Azazel” son ligados – impelidos de oír y obedecer la voz del Señor.

Forzados a librarse por causa de la caída de “Babilonia” mientras se dan cuenta de que el gran premio se ha perdido, estos “santos atribulados” entonces oirán la voz del Sumo Sacerdote y se encontrarán forzados a la condición del desierto, de la separación y de la destrucción de la carne.  En ningún tiempo previo haya existido tan gran número de consagrados, algunos determinados, como en el presente; aunque había existido algunos durante toda la Edad Evangélica.

Todos los consagrados de ambas clases (la clase del macho cabrío para Jehová y la clase del macho cabrío para Azazel) pasan a través de grandes pruebas y aflicciones; no obstante, por una clase se consideran leves las aflicciones, que las aceptan alegremente, regocijándose de ser contados merecedores para sufrir.  De ellos es un sacrificio de buena voluntad, igual a aquel de la Cabeza.  En la otra clase ellos son duros de soportar, grandes aflicciones, casi sin alegría – una destrucción forzada de la carne.  Y proporcionalmente son diferentes sus puestos y recompensas en el fin de la carrera.

Los Holocaustos (Ofrendas Quemadas) Del Día De La Expiación

Después vendrá Aarón al tabernáculo de reunión [el “Santo”], y se quitará las vestiduras de lino que había vestido para entrar en el santuario [el “Santísimo], y las pondrá allí.  Lavará luego su cuerpo con agua en el lugar del santuario [del “Atrio”], y después de ponerse sus vestidos [las vestiduras para honra y hermosura] saldrá, y hará su holocausto, y el holocausto del pueblo, y hará la expiación por sí [el Cuerpo – la Iglesia – el “rebaño pequeño”] y por el pueblo” (Lev. 16:23, 24), la misma expiación ilustrada o tipificada desde otro punto de vista.

El holocausto consistía de dos carneros (versículos 3, 5), uno representando el becerro y el otro el macho cabrío para Jehová.  Estos, siendo semejantes demuestran la armonía y la unidad de los sacrificios hechos por Jesús y sus seguidores – que en la vista de Dios todos son un solo sacrificio.  Porque el que santifica [Jesús] y los que son santificados [el rebaño pequeño], de uno son todos; por lo cual no se avergüenza de llamarlos hermanos.” – Heb. 2:11.

Esto se demuestra más adelante en el tratamiento de cada uno de estos sacrificios.  Los carneros del “holocausto” fueron cortados en pedazos y lavados y los pedazos depositados hasta la cabeza sobre el altar y quemados – por holocausto de olor grato a Jehová.  Ya que ambos carneros fueron de este modo tratados, indica que en la estimación de Jehová ellos todos fueron partes de un solo sacrificio: los miembros coherentes con la Cabeza, aceptables como un todo, como la propiciación por los pecados de todo el mundo – por lo tanto satisfaciendo las demandas de la justicia como representantes de los pecadores.

Como las ofrendas por el pecado ilustraban la muerte sacrificatoria del Redentor, así el holocausto que las seguía ilustraba la aceptación manifestada de Dios del mismo sacrificio.  No debemos olvidar que Dios por lo tanto indica que Él no manifestará su aceptación de los “sacrificios mejores” que del de los becerros y de los machos cabríos, hasta que los sacrificios por los pecados sean completados y el verdadero Sumo Sacerdote se vistiera en trajes ceremoniales en la honra y la gloria de su oficio, lo que se representaba en el cambio de las vestiduras.  Durante el tiempo de hacer ofrenda por el pecado el Sumo Sacerdote se vestía solamente en las vestiduras de lino blanco.  Más tarde (y usualmente) se vistió en las gloriosas vestiduras ilustrativas de la honra y gloria conferidas a él.  Durante la Edad Evangélica las ofrendas por el pecado progresan y ninguna honra se confiere a los sacerdotes, pero en su fin ven la manifestación visible de la aprobación y la aceptación de ellos por Dios en la colocación de gloria y de honra sobre los sacerdotes que hacen los sacrificios, y en las bendiciones del pueblo por cuyos pecados expiaron.

El holocausto era quemado sobre el altar en el “Atrio”, por lo tanto enseña que Dios manifestará su aceptación del sacrificio del Cuerpo entero (la Cabeza y los pedazos, o los miembros) delante de todos en la condición del Atrio, a saber, para todos los creyentes.  Pero, antes de esta manifestación para los creyentes de la aceptación de la obra de Dios, la clase del “macho cabrío para Azazel” será enviada para afuera, y las vestiduras del Sacerdote cambiadas.

Como las vestiduras blancas usadas durante la obra de sacrificio cubrían el Cuerpo y representaban la justificación del Cuerpo, su pureza a la vista de Dios por medio de Cristo, así las “vestiduras para honra y hermosura”, colocadas subsiguientemente, representan las glorias del puesto y la obra de la Iglesia en el futuro, después que las nuevas criaturas llegarán a la perfección, después de pasar al otro lado del “Velo”.  El lavamiento con agua en aquel tiempo significa que, aunque las vestiduras blancas (la justicia imputada del “Cuerpo”) son ahora quitadas, esto no hace significar la reimputación del pecado, sino el complemento de la limpieza, haciendo el “Cuerpo” perfecto en la resurrección de la perfección – las vestiduras para honra y hermosura representan la gloria, honra, e inmortalidad de la Primera Resurrección a la naturaleza divina.  El lavamiento más adelante demuestra que los pecados del pueblo por los cuales la expiación ha sido hecha no se atan a o contaminan la pureza del sacerdote.

De ese modo terminó este tipo del desenvolvimiento del sacerdocio y la satisfacción por los pecados del mundo; sin embargo esperamos dar un vistazo a unos pocos versículos de este capítulo (Lev. 16) no tan directamente conectados con nuestro tema.

Versículo 17.  “Ningún hombre estará en el tabernáculo de reunión cuando él entre a hacer la expiación en el santuario, hasta que él salga, y haya hecho la expiación por sí, por su casa y por toda la congregación de Israel.”

Esta limitación se aplica solamente a este día especial, pues el Apóstol dice: “en la primera parte del tabernáculo [el “Santo”] entran los sacerdotes continuamente para cumplir los oficios del culto; pero en la segunda parte [el “Santísimo en el tabernáculo], entró sólo el sumo sacerdote una vez al año”, en este “Día de la Expiación”, que se repetía anualmente. – Heb. 9:6, 7.

Los privilegios del verdadero Tabernáculo pertenecen solamente a los que son sacerdotes – los miembros del Cuerpo del Sumo Sacerdote – así que sea, como ahora, en la primera de estas condiciones celestiales (espiritualmente dispuestos, nuevas criaturas en Cristo Jesús), o sea, como esperamos estar pronto, en la segunda o la perfecta condición espiritual, en cada uno o ambos casos esto será porque estamos en Cristo Jesús, nuevas criaturas – ya no más hombres.  “Mas vosotros no vivís según la carne [humana], sino según el Espíritu [espirituales, como nuevas criaturas], si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros”. – Rom. 8:9

Versículo 28.  “El que los quemare [el becerro y el macho cabrío de la ofrenda por el pecado] lavará sus vestidos, lavará también su cuerpo con agua, y después podrá entrar en el campamento”.

Esto parece enseñar que los principales como instrumentos en reprensión, injuriando, y destruyendo la humanidad de Jesús (el becerro) y la humanidad de su “rebaño pequeño” (el macho cabrío) no tendrán castigo especial por esto, porque ellos hacen esto ignorantemente – al mismo tiempo ejecutando el plan de Dios.  Ellos pueden lavarse y hacerse limpios y venir para el campamento – es decir, para la misma condición como el resto del mundo, todos los que son pecadores hereditarios, todos los que han sido rescatados de la depravación adámica y de la muerte, y todos los cuales aguardan la vuelta del gran Sumo Sacerdote y también la bendición que se extenderá a todos.

Versículo 26.  “El que hubiere llevado el macho cabrío a Azazel, lavará sus vestidos, lavará también con agua su cuerpo, y después entrará en el campamento”.

Esto enseña la misma lección concerniente a los que serán como instrumentos en traer la tribulación y por consiguiente la destrucción de la carne sobre la “gran multitud” representada por el “macho cabrío para Azazel”.  Ellos serán obligados a obtener del Señor perdón especial por estos crímenes, pero eventualmente deben quedarse en el mismo puesto como otras personas.

Las Bendiciones Que Siguen Después 
De Los Sacrificios Del “Día De La Expiación”

Así terminó el típico “Día de la Expiación”; e Israel, de ese modo típicamente limpiado del pecado, ya no era más contado como depravado y separado de Dios, sino ya de acuerdo con Él.  La justicia ya no más los condenaba, sino los incitaba a darse cuenta de la reconciliación con la presencia de Dios en su medio, para bendecir, proteger y dirigirles al descanso y a la paz de Canaán.

El antitipo del “Día de la Expiación” es esta Edad Evangélica, durante la cual Jesús y “su Cuerpo”, la Iglesia (por la virtud de la redención y la consecuente justificación), hacen sacrificio a la Justicia, en completa satisfacción del pecado adámico.  Cuando la obra de reconciliación está completa, Dios reconocerá al género humano, y establecerá su santuario entre el pueblo.  Entonces, se cumplirá lo que está escrito: “He aquí el tabernáculo de Dios [la habitación de Dios, la Iglesia glorificada] con los hombres, y él morará con ellos; y ellos serán [se harán] su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios.  Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas [el reino de Satanás, el pecado, y la muerte] pasaron.  Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas”. – Apoc. 21:3-5.

Pero mientras que todas esas bendiciones resultarán en el establecimiento de la residencia de Dios, o el santuario, entre los hombres (“yo honraré el lugar de mis pies” – Is. 60:13; 66:1), no obstante la subsiguiente obra de bendición será una obra gradual, requiriendo la Edad Milenaria para su conclusión; es decir, la muerte adámica, el dolor, y las lágrimas estarán en proceso de destrucción (limpieza).  Esto comenzará con la segunda venida de Cristo, el Sacerdote Real, pero no se limpiarán completamente hasta el fin de la Edad Milenaria.

El proceso gradual por el cual el hombre será traído a la perfección del ser y a la plenitud de la armonía con Jehová, está bien ilustrada en los sacrificios típicos de Israel, hechos después del “Día de la Expiación”, los antitipos de aquellos sacrificios, como en breve veremos, se cumplirán durante el milenio del reino de Cristo en la Tierra.

Para dividir correctamente y entender estos sacrificios típicos, se debe reconocer que la presente Edad Evangélica es el “Día de la Expiación”, la reconciliación por Dios por los pecados del género humano en general; y que en el tipo todos los sacrificios viniendo después del “Día de la Expiación” representaban los cumplimientos o los antitipos después que la Edad Evangélica haya terminado – durante la Edad Milenaria – cuando el mundo de los pecadores se haya reconciliado, o esté en armonía con Dios.

Por lo tanto podemos ver que la expiación tiene dos partes – primero, la Justicia reconciliada con, y ya no condenando ni destruyendo, a Adán y a sus hijos por causa del pecado de él; y en segundo lugar, el regreso de los pecadores a la unidad y a la armonía con las leyes de Dios, reconociendo y obedeciéndolas.  La primera de estas fases de expiación, o reconciliación, se realiza enteramente por el servicio del Sacerdote en los sacrificios del “Día de la Expiación”.  La otra – la reconciliación del mundo con Dios, o el traer de muchos de la humanidad que están dispuestos a la expiación y a la armonía completa con Dios, se concluirá durante la próxima edad, por el “Sacerdocio Real”, los glorificados reyes y sacerdotes, quienes, tipificados por Moisés, serán el Gran Profeta que el Señor levantará para enseñar y gobernar al pueblo, y si no lo obedezcan, serán cortados de la vida – morirán la segunda muerte. – Hechos 3:23.

De esto se demuestra claramente que a pesar de que los santos, los seguidores de Jesús, están permitidos, como representados en el “macho cabrío para Jehová”, a participar y ser miembros de la ofrenda por el pecado como representantes del mundo, esto no es por causa de ser de una naturaleza más pura o mejor de los demás del mundo; pues la raza entera de Adán fue condenada en él.  “No hay justo, ni aun uno.” (Rom. 3:10)  Ninguno de ellos de modo alguno puede redimir a su hermano. – Sal. 49:7.

Ellos compartirán en el sacrificio por los pecados como un favor, para que al hacerlo puedan participar con Jesús en la naturaleza divina, y ser sus compañeros y coherederos.  Para permitir y capacitarlos a ofrecerse a sí mismos como sacrificios agradables, los beneficios de la muerte de Jesús fueron aplicados primero a ellos, justificando o limpiándolos.  Por eso es la muerte de él que bendice al mundo por medio de su Cuerpo, la Iglesia.

 

Contenido - Prefacio - Capitulo 1 - Capitulo 2 - Capitulo 3 - Capitulo 4Capitulo 5 - Capitulo 6 - Capitulo 7 - Capitulo 8Indice

 

Return to Spanish Home Page

Illustrated 1st Volume
in 31 Languages
 Home Page Contact Information