EL CUARTO DÍA O ÉPOCA.
“E hizo dos lumbreras: la lumbrera mayor para regir el día, y la lumbrera
menor para regir la noche”.
No es necesario creer que el sol y la luna fuesen creados luego de creada la
tierra. Sería más razonable suponer que ellos existieran con mucha
anterioridad, pero que debido al velo impenetrable circundando a la tierra,
su luz jamás había penetrado hasta ella.
La aparición del sol y de la luna en el cuarto Día implica que en esta época
otro de los círculos rompióse y precipitó una gran cantidad de agua y
minerales sobre la tierra. Los valles que dividían las montañas se
profundizaron notablemente.
La atmósfera, cargada de carbono, favorecía mucho el desarrollo de la
vegetación.
Sin duda que la tierra retenía aun bastante calor en su superficie, y que
los mares estaban cálidos y carboníferos; el aire desde luego estaría tan
cargado de carbono que ningún animal podía respirarlo y vivir. Pero esas
mismas condiciones favorecían notablemente el desarrollo vegetal.
Esa vegetación lujuriosa pasó a una condición algo parecida a la de los
pantanos turbosos de nuestro tiempo. Al precipitarse los círculos a la
tierra la cubrieron de capas de terreno y minerales y la presión sobre la
vegetación sumergida se aumentaba en proporción. De ahí resultaron nuestros
depósitos inmensos de carbón de piedra.
No es probable que el sol y la luna alumbraran al mundo entonces como ahora.
Pero estaban discernibles a pesar de la espesa neblina y del aire
carbonatado. Era necesaria su luz para preparar la tierra para las formas
más altas de vida vegetal y animal que había de sustentar.
La palabra “regir” o gobernar, tiene en el texto tanta importancia como
“hizo”. Dios hizo que el sol rigiera el día y que la luna rigiera la noche.
Simbólicamente la luna representa la Ley de Moisés, y el sol, el Nuevo Pacto
o Convenio.