LUTERO, ZWINCLI, MELANCTON.
Nadie es capaz de creer hoy que Martín Lutero se adelantase tanto a su
tiempo que supiera la Verdad toda y nada más que la Verdad. Los mismos
luteranos eliminaron dos de sus Noventa y Cinco Tesis, y para conservar
intacto el número original, dividieron dos más. Todos, no obstante, estamos
de acuerdo en que el movimiento iniciado en la vida de Lutero fue un paso de
avance. Los católicos, lo mismo que los protestantes, han sido beneficiados
por La Reforma.
El Doctor Lutero estaba a la cabeza de un seminario católico en Alemania. Él
había oído hablar de la Biblia pero como muchos de los que le precedieron,
confiaba en los varios “Concilios Apostólicos” y en los credos por ellos
promulgados, creyendo de buena fe que estaban en armonía con las Escrituras.
Pero un día casualmente llegó a sus manos un ejemplar de la Biblia en
latín. La curiosidad le impulsó a leerla y se asombró de su bellísima
sencillez. Inmediatamente le escribió al Papa rogándole le dijese si no
creía conveniente convocar un Concilio para averiguar hasta qué punto se
habían apartado de las enseñanzas de la Biblia. El Papa no acogió con agrado
la indicación sino que calificó a Lutero de herético, y llegó al extremo de
excomulgarlo. Lejos de intimidarle semejante conducta sirvió para confirmar
su convicción que entre las prácticas modernas y los santos preceptos de las
Escrituras existía en verdad una gran diferencia. Escribió folletos que
distribuyó de un extremo a otro de Alemania entre el número relativamente
reducido de personas que en aquella época supieran leer. Gradualmente, a
fuerza de vencer grandes obstáculos, se hizo más general la lectura de la
Palabra de Dios.
Los reformistas, aun cuando eran nobles y santos varones, no comprendieron
sino en parte el Libro por el cual tanto padecieron. El fanatismo y las
supersticiones religiosas de su tiempo les enturbiaban el entendimiento. Y a
pesar de los maravillosos adelantos de nuestro día, no se han disipado por
completo las tinieblas.
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