ABEL, EL PRIMER MÁRTIR.
La expresión “mártir” significa “testigo” y tiene referencia especial a los
que, aun a costa de la vida, muestran una fidelidad a toda prueba al Señor y
a su causa. A Abel le correspondió la distinción de ser el mártir de Dios.
Es una cosa notable que casi todos los mártires han sufrido a mano de sus
hermanos en la fe. Los judíos, copartícipes con Jesús de las preciosas
promesas, hermanos suyos, fueron sus más incansables perseguidores. -San
Juan 16:2, 3.
De idéntica manera durante la Edad Evangélica los cristianos han sido
martirizados por hermanos que llevaban el mismo honrosísimo título. Las
Escrituras, anunciando que así había de ser, dicen por medio del profeta
Isaías (66:5): “Vuestros hermanos que os odian y que os han echado fuera a
causa de mi nombre dicen: ¡Sea glorificado Jehová! mas Él aparecerá para
gloria vuestra y ellos serán avergonzados.”
Nada se hizo por librar a la humanidad del dominio del pecado y de la muerte
hasta que Dios mandó a su Hijo a ser su Redentor, y a Jesús le fue preciso
sufrir la pena de muerte, -morir, el Justo por los injustos- para obtener el
derecho de rescatarla de la condena impuesta por la Justicia Divina. Durante
esos cuatro mil años, de tiempo en tiempo fueron dadas vagas promesas, pero
quedaron sin cumplimiento hasta que apareció nuestro Señor. Aun así, esas
promesas no eran sino para la raza judáica. Las demás naciones, llamadas
los gentiles, no recibieron promesa ni esperanza de ninguna especie. Eran
pecadores condenados sin medio alguno de entrar en relación con Jehová.
Como dice San Pablo: “Recordaos que en aquel tiempo estábais sin Cristo,
estando extrañados de la ciudadanía de Israel, y extranjeros con respecto a
los pactos de la promesa; no teniendo esperanza, y estando sin Dios en el
mundo.” -Efesos 2:12.
Por seis mil años, según San Pablo, hemos tenido un reinado de pecado y
muerte. Los cristianos seguimos pidiendo al Todopoderoso que haga llegar el
Día del Mesías en que será incapacitado Satanás, Día cuyas innumerables
bendiciones suplirán al pecado, las penas y la muerte. -Apocalipsis 21:4.
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