EL DESPERTAR DE LA TRISTEZA.
La primera muerte acaecida en la familia de Adán debe haber sido una
dolorosa revelación. Su única esperanza, basada en la promesa que la
Simiente de la mujer quebraría la cabeza de la serpiente, parecía no tener
cumplimiento. Poco después nació Set, cuyo nombre indica que sus padres
esperaban hallar en él al hombre prometido por Jehová, sin comprender que el
Prometido sería el Mesías, que vendría mucho más tarde, y de cuya obra
redentora el mundo aún está en espera.
Hablamos de la muerte de Abel como de la primera muerte, pero no
debemos olvidar que desde el punto de vista de Jehová, Adán y sus hijos
estaban muertos ya, y que a nadie le será posible obtener vida eterna sino
por medio del Redentor y de su obra de reconciliación.
Hoy en día la población del mundo consta de mil seiscientos millones, y de
éstos mueren noventa mil diariamente.
Afortunadamente para nosotros, no podemos apreciar hondamente las
dificultades y tristezas de los demás, pues cada individuo tiene su cuota
correspondiente de pesares.
La única verdadera esperanza, la sola alegría sana, la paz que engendra una
seguridad absoluta, ésas tienen su origen únicamente en la Promesa Divina
que el día no está muy lejano en que la tristeza, el llanto y la muerte
habrán desaparecido para siempre. El Reino del Mesías vencerá al Pecado y a
la Muerte, y la voluntad de Dios se hará en la tierra como hoy se hace en el
cielo. -San Mateo 6:9-10.
Nuestras propias experiencias con el pecado y sus tristísimos resultados
debían hacernos compasivos y generosos, dispuestos siempre a aliviar el
dolor en todas sus manifestaciones, y resueltos a no añadir nada al peso
enorme de penas que abruma ya al mundo. Jesús hace vibrar esa cuerda de
simpatía cuando dice: “¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados
y yo os daré descanso!” No hay descanso verdadero para los de corazón
fatigado sino en unión estrecha con su Señor.